La neurociencia consiste en aprender a medir las reacciones del organismo ante estímulos externos (un producto o una pieza de comunicación) para saber qué es lo que realmente se piensa de él.
Todo lo que percibimos desencadena una reacción física: si algo nos emociona es posible que nuestra piel se ponga de gallina, si algo nos interesa lo miramos insistentemente, si algo nos divierte cambiamos la expresión de nuestro rostro y si algo nos motiva hará que se activen determinadas áreas de nuestro cerebro.
De hecho, para entender este fenómeno, es importante conocer bien nuestro cerebro, que funciona por dos sistemas:
- El sistema 1, que es rápido, inconsciente, emocional y automático, y lo utilizamos un 95%.
- El sistema 2, que es lento, lógico, deliberado e indeciso y que, sin embargo, lo utilizamos solo un 5% de las veces.
Por eso, dentro del sistema 1, es en el que aparecen los conocidos como “sesgos cognitivos”, que se caracterizan por ser una interpretación errónea sistemática de la información disponible que ejerce influencia en la manera de procesar los pensamientos, emitir juicios y tomar decisiones, de manera que estos influyen en nuestras decisiones de compra, y más adelante os contaré cómo.
Para influir en nuestras decisiones de compra, el neuromarketing también se aplica en el packaging de los productos, con el objetivo de aumentar las posibilidades de que el cliente termine comprando el producto que le estamos ofreciendo, diseñando los envases desde un punto de vista emocional para tratar de ‘enganchar’ al cliente y conseguir su fidelización.
Los colores, la forma y otras variables del packaging son una parte fundamental para que el cliente identifique a nuestro producto y genere la decisión de compra.
Y es que el neuromarketing permite que la industria encuentre la fórmula para que los productos y servicios de una marca funcionen, enseñándonos a entender mejor los comportamientos de los consumidores durante el proceso de compra y el papel que juegan las emociones en sus decisiones.
En mis redes sociales, te hablo de cómo la industria alimentaria condiciona nuestras decisiones de compra y cómo, aunque no seamos conscientes de ello, nuestras compras no son racionales sino irracionales.
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Un abrazo,
Mireia.
